Thursday, April 19, 2007


Lo que queda del amor

Las estrellas se apagaron sin tu presencia,
tu aroma se fue al amanecer
y la luna murió con la ilusión.
Quisiera decir que fue apenas ayer,
que el tiempo nos espera
y que todo sigue igual.
Queda el recuerdo y la sonrisa,
queda una noche de abril,
la luna de octubre,
y todo un año de amor.
El corazón guarda las huellas del amor.
Mis lágrimas se han secado con el pañuelo del tiempo
y mis labios aprendieron a decir adiós
para así saber que sólo hay amor.
Queda la inspiración de la noche
queda un beso, mil caricias
y cada una de las miradas
con la emoción a flor de piel.
Sigamos andando,
que no hay pago ni deuda por este amor.


By DRP

Sunday, April 15, 2007

Cuando las cosas no son como queremos...

Cuantas veces a lo largo de nuestras vidas, suceden cosas que no son precisamente como hubieramos deseado: lo mal que nos fue en una presentación o un examen aun habiendo estudiado, el chicle en el pantalón en el momento más inopotuno, caer en la calle repleta de gente y miles de situaciones más, y también de mayor importancia. Lo cierto es que las cosas son lo que son, nos guste o no. Qué tanto nos afecte tal situación en la vida personal depende mucho de las creencias y actitudes que se aprenden desde pequeños, de la tolerancia que cada uno posee y que determina que una persona pueda superar una situación inesperada e indeseable, o que por el contrario se aferre a sus deseos aun cuando son imposibles de cumplir. Cuando una persona acepta y se adapta a un hecho aun cuando no coincide con sus deseos, estará en la posibilidad de replantear un plan de acción para continuar su rumbo. Leí una historia en un libro de Bucay que se adapta perfecto al tema, ojalá te guste.

El Aguador

Había una vez en un pueblito muy pequeño un hombre que trabajaba de aguador. En aquél entonces el agua no salía de las llaves, estaba en el fondo de profundos pozos o en el caudal de los ríos. Si no había pozos excavados cerca del pueblo, el que no quería ir a buscar el agua personalmente debía comprarla a uno de los aguadores que con grandes tinajas iban y volvían al pueblo con el preciado líquido.
El pueblo era pequeño y no tenía pozos. El hombre era el único aguador del lugar. Desde el amanecer y hasta que el sol caía, el protagonista de este cuento cargaba con dos grandes tinajas de barro que colgaban de una vara de madera sobre sus hombros. Tinajas vacías camino al río, tinajas llenas camino al pueblo. Así seis o siete veces por día.
Una mañana, una de las tinajas se agrietó y empezó a perder agua por el camino. Al llegar al pueblo los compradores le pagaron las acostumbradas diez monedas por la tinaja de la derecha pero sólo cinco por el contenido de la otra que apenas estaba por la mitad.
Comprar una tinaja nueva era demasiado costoso para el aguador, así que decidió que debía apurar el paso para compensar la diferencia de dinero que recibía.
Durante dos años el hombre siguió yendo y viniendo a paso firme trayendo agua al pueblo y recibiendo sus quince monedas en pago por una tinaja y media de agua.
Una noche lo despertó un chistido en su habitación:
- Chssst… chssst…
- ¿Quién anda ahí? – preguntó el hombre.
- Soy yo – dijo la voz, que salía de la tinaja agrietada.
- ¿por qué me despiertas a esta hora?
- Supongo que si te hablara de día y a plena luz, el susto impediría que me escucharas. Y necesito que me escuches.
- ¿Qué quieres?
- Quiero pedirte que me perdones. No fue mi culpa la grieta por donde el agua se escurre, pero sé lo mucho que te he perjudicado. Cada día cuando cansado llegas al pueblo y recibes la mitad de lo que recibes por mi hermana me dan ganas de llorar. Yo sé que debiste cambiarme por una tinaja nueva y desecharme y, sin embargo, me has mantenido a tu lado. Quiero agradecerte eso y pedirte una ve más que me disculpes.
- Es gracioso que tú me pidas disculpas – dijo el aguador. Mañana bien temprano saldremos juntos tú y yo. Hay algo que quiero mostrarte.
El aguador siguió durmiendo hasta el alba. Cuando el sol se asomó en el horizonte tomó la vasija agrietada y se fue con ella al río.
- Mira le dijo al llegar, señalando la ciudad -. ¿Qué ves?
- La ciudad – dijo la vasija.
- ¿Y qué más? – preguntó el hombre.
- No sé… el camino – contestó la vasija.
- Eso. Mira a los lados del sendero. ¿Qué ves?
- Veo la tierra seca y el ripio del lado derecho del camino y los canteros de flores del lado izquierdo – dijo la vasija que no entendía qué le quería mostrar su dueño.
- Muchos años recorrí este camino triste y solitario llevando el agua hasta el pueblo y recibiendo igual cantidad de monedas por ambas tinajas… Pero un día noté que te habías agrietado y que perdías agua. Yo no podía cambiarte, así que tomé la decisión: compré semillas de flores de todos los colores y las sembré a ambos lados del camino. En cada viaje que hacía, el agua que derramabas regaba el lado izquierdo del sendero y consiguió en estos dos años hacer esta diferencia - el aguador hizo una pausa y acariciando a su leal vasija le dijo todavía. ¿Y tú me pides disculpas? ¿Qué importan algunas monedas menos si gracias a ti y tu grieta los colores de las flores me alegran el camino? Soy yo quien debe agradecer tu defecto.